HOERDE –
Querida
familia de Schoenstatt: Quisiéramos iniciar la reflexión de hoy a partir de la
experiencia compartida entre los presbíteros de nuestra comunidad de
federación, que nos llevó largo tiempo hasta este momento anhelado por todos
nosotros. Hoy, a 100 años de la fundación de la primera Federación Apostólica
de Schönstatt, los sacerdotes de las diversas regiones de la Federación en el
mundo hemos decidido formalmente, oficialmente, fundar la Federación
Internacional de Sacerdotes de Schönstatt. Esto fue hace unas horas en el
Santuario Original. Algunos de ustedes han sido testigos presenciales de este
acontecimiento. Para este acontecimiento nos hemos venido preparando en un
largo proceso de más de 10 años, vinculando nuestras regiones, conociendo
nuestros territorios, compartiendo la vida y el trabajo real de nuestra gente
en los distintos pueblos del mundo donde actúan nuestros sacerdotes de
federación. Fue un trabajo apasionante el de aprender a conocernos,
respetarnos, valorarnos en nuestras diferencias, esperarnos en nuestros
tiempos. Hemos conocido nuestras diversas costumbres, hemos contemplado
nuestros diversos paisajes, nuestros diversos modos de vida. En fin, hemos
experimentado la acción del Espíritu Santo que ha forjado entre nosotros una
comunión que no tiene que ver con técnicas de integración, con dinámicas, con
recursos didácticos para lograrla. Ni siquiera con la opción por una lengua
común para poder comunicarnos. La comunión lograda es otra cosa. Se trató de
aprender a abrir el corazón para acoger al otro en su real diversidad. Esto fue
ante todo una gracia, una irrupción del Espíritu Santo. *** 3 En Argentina, en
torno al jubileo de Hoerde, apareció una hermosa idea que inspiró la vida en
este tiempo. Se formuló de esta manera: «Hoerde, Pentecostés de la Alianza
de Amor». No es casual que, en la casa de nuestra Federación de
Presbíteros, nuestra querida Marienau, la escena de un hermoso Pentecostés –
con María y los Apóstoles – presida la capilla. Es que eso ha sido desde el
comienzo la Federación Apostólica. La irrupción del Espíritu Santo que 5 años
después de ese hecho íntimo, acontecido en el silencio de la pequeña capillita
de la congregación Mariana, se abrió a todos los hombres y mujeres, floreció en
un movimiento, caracterizado por la comunión en la diversidad de
nacionalidades, de estados de vida. En síntesis, Hoerde marca el comienzo de
este Pentecostés que se expandirá en toda nuestra obra de Schoenstatt en el
mundo, en todos nuestros santuarios enraizados profundamente en los pueblos
donde han ido surgiendo. La humanidad debe terminar de descubrir – naturalmente
esto que digo, visto desde una perspectiva teológica cristiana – que, según
leyes que se inspiran en el misterio trinitario, en la dialéctica del amor la
diversidad no es aquello que nos aleja y nos separa sino lo que nos hace entrar
en comunión, Cuanto más afirmación y cuidado de la diversidad, mayor comunión,
mayor unidad. Es la ley de la vida trinitaria. Lo hemos experimentado como una
gracia del Espíritu Santo en este proceso de más de 10 años que antecedió a
este momento fundacional. Desde el comienzo creímos que la norma fundamental
para el desarrollo de nuestra comunidad debía ser la de caminar un largo
proceso hasta lograr que las autonomías regionales, lograda cierta identidad
propia, cierta madurez comunitaria local, pudieran constituirse cada una como
una federación autónoma propia. Y que el desarrollo de estos diversos polos
autónomos, originales, en algún momento se encaminarían hacia la constitución
de una federación internacional, agremiándose entre todos por decisión autónoma
de las partes. Tenemos la convicción de que este modo original de organizarnos
internacionalmente es en realidad una misión fundamental hacia la Iglesia en
primer lugar y también hacia las diversas estructuras sociopolíticas de la
actualidad. La Iglesia necesita «sinodalizarse». Como bien sabemos el
Papa Francisco ha insistido mucho en este aspecto, pero naturalmente no puede
hacer las cosas él solo. Sinodalizarse significa aprender a caminar juntos
enriqueciéndose y cuidando la diversidad cultural. Por eso la Iglesia debe
desromanizarse, deseuropeizarse. Lo que no significa negar los valores de la
tradición romana y europea, sino integrarlos en el marco de un mundo
culturalmente plural, que fomenta diversos procesos de inculturación. En este
sentido la Federación de Presbíteros ha querido ser y quiere seguir siendo aún
más un laboratorio donde podamos experimentar esa sinodalidad. 4 Naturalmente
el objetivo que compartimos es el mismo. En los tiempos de la fundación de la
Federación se calificó este objetivo con la palabra «apostolado»,
“federación apostólica”: esto marca el fin claramente. Pero en 1919 la Iglesia
aún se encontraba en un proceso de despertar a la conciencia de que el
apostolado no era el oficio exclusivo de los clérigos, sino la tarea propia de
todo cristiano. Esa conciencia se fue despertando lentamente y es justamente en
el momento en que nace la federación apostólica en que esa conciencia de
apostolado universal comienza a extenderse, sobre todo despertando al laicado.
Es necesario recordar que la Iglesia de 1919 no es la Iglesia del Pos Concilio
Vaticano Segundo. La Iglesia ya no se define en primer lugar como la sociedad
de los fieles bautizados. «La Iglesia es como un Sacramento, es decir, un
signo e instrumento de la comunión de los hombres con Dios y de los hombres
entre sí», dice claramente Lumen Gentium. Hoy toda la Iglesia tiene clara
conciencia de que la tarea evangelizadora es propia de toda la Iglesia, de cada
cristiano, como dice Pablo VI en Evangelii Nuntiandi: «la Iglesia existe
para evangelizar». Por eso podemos decir que la conciencia evangelizadora,
la conciencia apostólica ya es patrimonio de toda la Iglesia. Lo original y
propio de la federación apostólica no es entonces que sea
«apostólica», porque eso es propio de toda la Iglesia. La liga es
apostólica por antonomasia en nuestra Familia, los institutos son apostólicos
en Schoenstatt. No podemos concebir un cristiano que no sea un agente
evangelizador. Lo propio y original de la federación apostólica es que plantea
la tarea evangelizadora – el apostolado- en la forma de una red internacional,
intercultural, que no impone una cultura – la europea, la occidental – para
transportar el evangelio, sino que se deja enriquecer por las diversas formas
en que el evangelio se incultura en las diversas culturas del mundo. Esa red
cuida la originalidad y la diversidad como condición de la comunión y la unidad
y se compromete en el difícil esfuerzo de caminar juntos. No arreados como
ganado, desde una dirección, un estilo y unos hábitos impuestos por unos pocos.
Este no es el «hombre libre» que el Padre Kentenich se esforzó en
educar. Ese más bien es el «hombre del rebaño» al decir del filósofo
Nietzsche. Caminar juntos es entrenarnos pacientemente en el ejercicio de
disentir, consentir, conceder y consensuar. Cultivando siempre el espíritu,
como nos enseñó el padre fundador, que es la garantía de que nuestros corazones
estén abiertos a la valoración de la originalidad del otro. 5 Creo que en este
aniversario de Hoerde, en el cual providencialmente estamos fundando la
Federación Internacional de Presbíteros, la Mater espera de nuestra federación
y de las federaciones en común en Schoenstatt tres tareas claras: *** 1-
Comencemos con nuestra tarea tradicional hacia adentro de la familia de
Schoenstatt. Debemos seguir cumpliendo nuestra función de pars motrix. Pero
¡atención! Esto no significa puramente competir con la liga o con los
institutos en nuestro «grado» de apostolado, algo así como si de un
federado pudiera decirse que tiene que ser más apostólico que un miembro de la
liga; esto es una mala comprensión de nuestra tarea específica. Todos,
absolutamente todos, debemos ser fecundos en nuestra tarea como agentes
evangelizadores, ninguno de ninguna comunidad, de ninguna organización en
Schoenstatt, tampoco en la Iglesia en general debe sentirse eximido de la tarea
de ser un agente evangelizador en el máximo grado posible. Por tanto, nuestra
tarea como pars motrix no es ser más apostólicos, hacer más cosas que los
demás, sino cuidar lo específico de nuestra vocación federativa, es decir,
cuidar que toda la Obra viva como una gran federación, que toda la Obra sea una
gran red, que cuida y cultiva la comunión en la originalidad y la diversidad.
Esta es la tarea propia y específica de las Federaciones hacia el interior de
nuestra Familia. Las federaciones tienen que ser garantía de comunión en la
diversidad en el seno de la obra de Schoenstatt. Evitando dos extremos. Por un
lado, la imposición uniforme de un estilo, de una conducta por parte de un
órgano central que se excede en su función. Y por otro lado la disgregación
total, la falta de comunión. No ya el caminar juntos -la sinodalidad- sino el
caminar separados, la dispersión, la disgregación, es lo que nos ha hecho
sufrir tanto en la Iglesia. Ese debería ser el arte que practiquemos las
federaciones hacia dentro de la Obra de Schoenstatt: Cuidar la comunión en la
diversidad de la originalidad de cada persona, de cada región, de cada pueblo.
*** 2- La segunda tarea me parece más bien orientada hacia la Iglesia: la
Iglesia debe continuar en un proceso de «sinodalización», superando
la imposición de un estilo, el romano, el europeo. En este sentido hay mucho
oropel aún que quitar en la liturgia y en las costumbres en general en la
Iglesia. Hay muchos hábitos que corregir especialmente en el clero. No
solamente el horror del abuso sexual, sino todas las formas del abuso,
comenzando por el autoritarismo y el abuso en el uso de los bienes, en la
acumulación desmedida por parte de la jerarquía eclesiástica. Se trata de
formas de vida principescas que no se corresponden al estilo del Evangelio y
que ni siquiera corresponden a la época en la que vivimos. 6 El autoritarismo
merece un capítulo aparte porque en buena medida la lucha del Padre Kentenich
librada dentro de la Iglesia tiene que ver con la defensa del respeto a la
libertad y a la dignidad de la persona. El Padre Kentenich fue especialmente
sensible frente al avasallamiento de la libertad individual. Supo escuchar la
voz de Dios en los deseos interiores más libres y nobles de las personas. Lo
que marca su grado de valoración de la libertad como camino para el
cumplimiento de los deseos de Dios. Las voces del alma, así como las voces del tiempo
son el medio para el discernimiento de la voluntad divina. No menos que el
orden del ser. En esta concepción de la libertad personal como camino para la
realización de los deseos de Dios hay un aporte novedoso en la enseñanza del
Padre Kentenich, que tiene que ser aún profundizado por nosotros sus discípulos
y reconocido en la Iglesia. Su concepción particular de la libertad es el acta
de defunción de la vieja regla: «el que obedece nunca se equivoca.»
En el ámbito de nuestra Federación de Presbíteros en Argentina hemos denominado
esta concepción kentenijiana de la libertad como «libertad
profética». Con esto el P. Kentenich abre camino a una obediencia del
corazón que va incluso más allá de la obediencia al superior. Se trata de
aquella ley escrita en los corazones de la que habla Pablo, la conciencia
(Romanos 2:15), lo que le permite a Pedro proclamar: «Es necesario
obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hechos 5:29). Lo novedoso del P.
Kentenich, es que «con la mano en el pulso del tiempo y el oído en el
corazón de Dios» establece un delicado equilibrio entre las voces del
alma, del tiempo y del ser. El orden del ser quedó prisionero de un laberinto
de preceptos morales y jurídicos. Tal como ya advierte Pablo: «La letra
mata, el espíritu da vida» (2Corintios 3:6). Esto constituyó un
empobrecimiento de lo que el concepto de «orden del ser» significa.
Tal hecho sucedió porque las voces del tiempo y las voces del alma fueron
sencillamente ignoradas o, al menos, tenidas por menos importantes que el orden
del ser en el discernimiento de la voluntad divina. La «libertad
profética», por el contrario, busca un equilibrio entre los tres factores
para reconocer el deseo de Dios (discernimiento) y a través de ello tomar
decisiones. Si nosotros somos incapaces de lograr esto, porque no hemos
aprendido a educarnos a nosotros mismos como personalidades libres, bajo la
protección de María (gracias de nuestro Santuario), entonces es porque
permanecemos en la antigua orilla. El Padre Kentenich introduce el factor «tiempo»:
es decir, Dios habla en los largos procesos de vida de las personas, de las
comunidades y de las culturas. E introduce el factor «alma»: Dios
habla en los deseos íntimos, libres y nobles de las personas. De modo tal que,
cuando una persona hace lo que quiere íntimamente, desde su libertad,
ennoblecida y educada, hace efectivamente lo que Dios quiere. 7 Pero esa
libertad exige a veces cruzar límites audaces, extremos, tal como el Padre
Kentenich lo hizo en Dachau o en Milwaukee. El Papa Francisco ha hablado claro
y mucho sobre la superación del «clericalismo» como enfermedad en la
iglesia. Hay hábitos que no son genuina tradición sino, por decirlo con una
expresión del célebre Romano Guardini, se trata simplemente de «barrer el
polvo de la costumbre» que se nos ha ido pegando. Debemos abrirnos a las
formas diversas, creativas, en las que las culturas reciben el Evangelio de
Jesucristo. Es imperativo para nosotros, federados y schoenstattianos en
general, la participación en toda iniciativa, en todo esfuerzo internacional o
regional, que esté orientado a integrar la diversidad en una unidad eclesial
pluriforme, tal como lo pide el Papa Francisco. *** 3- El tercer desafío que
enfrentamos es ofrecer nuestro modelo de integración internacional a la cultura
en general, al momento presente social y político en el que vivimos. El mundo
camina hoy en una cornisa peligrosa. Hay un regreso de los nacionalismos
disgregantes de toda comunión entre los pueblos. Se afianzan los muros, se
desprecia al migrante, al diferente. Junto a ello reaparecen expresiones
xenófobas, que creíamos haber superado. Lo más preocupante de todo esto es el
escepticismo del ciudadano medio, que descree de la eficacia de las
instituciones orientadas a la integración de las culturas y de los pueblos. La
declaración universal de los Derechos Humanos, las Naciones Unidas, los
esfuerzos por crear organismos de integración regional que respeten la dignidad
y la soberanía de sus miembros, en fin, la democracia moderna, son banderas que
no estamos dispuestos a entregar. No somos un movimiento indiferente a estos
valores, verdaderas conquistas de la modernidad. El alto grado de consideración
que el Padre Kentenich tiene por la libertad y la dignidad del individuo, de la
persona humana, no nos permite ser indiferentes frente a la caída de estos
valores en una pseudo posmodernidad. No somos un movimiento pietista. Tampoco
somos monárquicos. Definitivamente no lo somos. No es esa la escuela
kentenijiana. No descreemos de la autoridad, pero la ejercemos democráticamente.
No somos anarquistas, pero mucho menos monárquicos. En la coyuntura del mundo
en el cual vivimos, estás banderas pertenecen a Schoenstatt y las Federaciones
debemos ser especiales custodios de ellas. Prof. Dr. Alejandro Blanco Araujo,
La Plata, Argentina.